Fotos de Buenos Aires
Beatriz Sarlo


1. El lugar

\Setecientas fotos de caras desconocidas. Sin embargo, son caras de Buenos Aires, la ciudad donde he vivido toda mi vida, y por lo tanto tienen también algo de familiar. ¿Se diferencian de las caras de otras ciudades del proyecto? No lo sé, pero vale la pena fijarse en algunos datos.

Buenos Aires fue una ciudad de inmigración temprana. Desde el último tercio del siglo XIX, llegaron pobres de Italia y España fundamentalmente, pero también del sur de Rusia, judíos de Odessa y judíos de Polonia, árabes de Siria y del Líbano. Esta población de extranjeros se mezcló muy rápidamente, excepto en el caso de los judíos y quizás también de los árabes. Pero los hijos de inmigrantes judíos y árabes se integraron, pese a la resistencia de minorías reaccionarias, a la ciudadanía y a la nación. La relativa homogeneidad argentina no proviene sólo de allí, sino en primer lugar de la comunidad cultural impuesta por la educación pública en las primeras décadas del siglo XX, que hizo posible procesos ciertamente espectaculares de ascenso social.

La parte criolla o mestiza de la población argentina, que llegó en oleadas a la ciudad después de los años treinta y decididamente con el peronismo desde 1945, no alteró por completo el aspecto de Buenos Aires como ciudad blanca, de blancos mediterráneos, donde se percibe la impronta criolla pero sin la fuerza cultural y étnica que presentan otras ciudades de América Latina. También habría que decir que en los últimos veinte años, cuando muchas ciudades del mundo recibían masas inmigratorias racialmente distintas a sus habitantes, ese flujo de las nuevas migraciones de la pobreza, las hambrunas, el desempleo y las guerras, no tocó sino como excepción a Buenos Aires (una ciudad que no está cerca de ninguna parte). En los últimos años, una módica llegada de coreanos y chinos, relativamente educados y prósperos, le dan a Buenos Aires un "exotismo" al que no estaba acostumbrada, pero que no es suficiente para cambiar radicalmente el paisaje urbano ni la configuración demográfica.

Son las caras, entonces, de una ciudad casi europea en la zona más austral de América Latina. Toda la gente de Buenos Aires gesticula como los italianos del sur, aunque sus abuelos hayan sido españoles o rusos. La lengua de Buenos Aires, que los porteños llamamos castellano y no español, tiene una fonética donde han quedado las huellas de la inmigración italiana. Buenos Aires es, por otra parte, una ciudad que conoció momentos de esplendor y se consideraba culta y "europea"; hoy alberga decenas de miles de pobres y desocupados.

Las fotos fueron tomadas en Recoleta, un barrio rico, que tiene una particularidad: lo usan como área de entretenimiento y consumo cultural las capas medias que viven en Buenos Aires o en los suburbios. En ese barrio hay varias salas de exposición, un museo, cines, una linda iglesia colonial, una feria de artesanos, una galería comercial diseñada por Clorindo Testa, el mejor y más conocido arquitecto argentino. Los fines de semana, ocupa el barrio gente que no vive allí y los que viven en él huyen, por dos días, hacia las afueras o se encierran en sus casas. Diferentes oleadas de población estable y temporaria le dan a la plaza de la Recoleta, donde estuvo el trailer de este proyecto, un carácter socialmente mezclado.

Y, precisamente, si hubiera que definir la cultura de Buenos Aires, diría que es una cultura de mezcla.

2. Las fotografías

Una ciudad es un mapa histórico en el que pueden leerse muchas ciudades del pasado y los esbozos o las premoniciones de ciudades futuras. En una ciudad coexisten diferentes tiempos, que se suceden en el espacio (un palacio novecentista al lado de un edificio moderno) o se yuxtaponen (cuando las intervenciones contemporáneas se realizan sobre edificios del pasado). Una ciudad, incluso aquella que tenga un carácter más neto y estilísticamente definido, nunca puede borrar del todo las marcas de los diferentes momentos de su historia. Podemos recorrer una ciudad siguiendo las líneas conflictivas o integradas de estos pasados.

Este libro presenta un itinerario de otro tipo. En cada fotografía, hay diferentes marcas de tiempo que también hablan del transcurrir y de la duración. Hay historias detrás de estas caras que nunca podremos conocer. Entre cara y cara, nada, únicamente el espacio de la conjetura. Las fotografías son mudas. Apenas si queda en ellas el rastro de una expresión, una sonrisa a medias, un fruncimiento leve de la frente. Y unas pocas pistas sociales: el peinado, unos aros, las cuentas de un collar o el cuello de una camisa.

Estas caras se entregaron voluntariamente a la fotografía, pero sólo entregaron su superficie. Alexander Honory no buscó la expresividad, ni la subjetividad, no favoreció la diferencia ni tampoco la monotonía. Más bien, las caras fueron para la cámara de Honory un acontecimiento: no algo que debe ser hurgado para extraer sentidos, sino una superficie que se capta aceptando de antemano que podemos saber muy poco.

El título de este proyecto es One world with many faces. Y el libro es eso: muchas caras que no se relacionan entre sí sino por un dato común: han sido fotografiadas por alguien que buscó la regularidad formal. De esta regularidad surge la diferencia, que no proviene de la situación, que es siempre la misma, ni de la iluminación, que es también idéntica, ni del encuadre exactamente igual, logrado con el mismo lente. Honory colocó a todos sus modelos en la misma situación para que la familiaridad o la variedad aparezca producida sólo por la presencia física.

Las fotografías despiertan curiosidad y, al mismo tiempo, la agotan porque la regularidad es una estrategia que descarta, desde el comienzo, todo psicologismo y todo pintoresquismo. Sin embargo este libro nos propone un trabajo a realizarse entre esos dos extremos de regularidad y diferencia. Reconocer lo común que existe entre hombres y mujeres que probablemente nunca compartieron ni compartan otra cosa, excepto su inclusión en un espacio urbano: Viena, Amberes, Bogotá, Buenos Aires...

Alexander Honory busca, a la vez, la identidad y la diferencia. Para lograrlo hace lo contrario de lo que estamos habituados: interrumpe la velocidad de los medios de comunicación de masas y nos ofrece cientos de fotos fijas (o cientos de segundos de video con encuadres iguales). Se trata de un ejercicio de visión a lo largo de una sintaxis lineal que también puede convertirse en una sintaxis salteada, si nos rebelamos ante el orden del libro y lo abrimos al azar. Esto es posible porque el libro tiene un orden establecido arbitrariamente: es el orden en que las fotos fueron tomadas. Intervino así un azar que nadie podía predecir.

El otro rasgo interesante es que todas estas fotos son fotos autorizadas expresamente por sus modelos. Estamos bien lejos de la captación repentina (e incluso secreta) de la imagen de los otros. Por el contrario, cada uno de los modelos aceptó ser fotografiado y dio lo que según su voluntad estaba dispuesto a dar frente a la cámara. Las fotos documentan esta tranquila aceptación y no buscan que nadie entregue más de lo que está dispuesto. En un mundo mediático donde las cámaras persiguen a sus modelos, donde el teleobjetivo es un arma del fotógrafo, estas fotos son una afirmación de la voluntad y de la libertad.

Desde el siglo XVIII, los naturalistas y los viajeros, enfrentados con la diversidad, quisieron establecer tipologías humanas y naturales. Hacia finales del siglo XX, las fotos de Honory se colocan en el polo opuesto a las tipologías. Las fotos no pretenden representar ningún tipo. Sus modelos fueron elegidos fuera de toda lógica de la representatividad y de la búsqueda de cualidades constantes. En realidad, es inexacto afirmar que los modelos fueron elegidos, ya que recibieron una explicación del proyecto y eligieron ellos ser parte de él.

En cada una de las fotos se capturó una diferencia que, paradójicamente, muestra un suelo común que no es social, ni étnico, ni geográfico. Estas fotografías ponen de manifiesto la tesis (filosófica y política) de una igualdad formal que permite percibir el despliegue de la diferencia. Frente a imágenes en situación (de las que están repletos los medios de comunicación), Honory ha elegido presentarnos imágenes situadas abstractamente en una ciudad, de la que no se muestra nada excepto cientos de rostros. Esto revela una confianza en la imagen pura y una idea de generalidad concreta construida a partir de diferencias múltiples. Sobre la reiteración de la diferencia individual surge una identidad formal articulada y heterogénea. Las fotografías de Honory postulan un espacio igualitario que, en otras épocas, hubiera recibido el nombre de humanidad.

Beatriz Sarlo


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